JEFFREY D. SACHS 22/08/2010
Todas las señales sugieren que el planeta sigue dirigiéndose en línea recta al desastre climático. La Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica de Estados Unidos ha publicado su Informe del estado del clima, que cubre de enero a mayo. Los primeros cinco meses de este año fueron los más cálidos de los que se tiene registro desde 1880. Este mayo fue el más cálido de la historia. En la actualidad, varias partes del mundo están siendo afectadas por intensas olas de calor. Y, sin embargo, todavía no tomamos medidas eficaces.
Hay varias razones para ello y tenemos que comprenderlas para salir del punto muerto en que nos encontramos. En primer lugar, el reto económico del cambio climático causado por las actividades humanas es verdaderamente complejo. Este cambio surge de dos fuentes principales de emisiones de gases de efecto invernadero [principalmente dióxido de carbono, metano y óxido nitroso]: el uso de combustibles fósiles para generar energía y las actividades agrícolas, lo que incluye la deforestación para crear nuevas tierras de cultivo y pastoreo.
No es tarea pequeña cambiar los sistemas energéticos y agrícolas del mundo. No basta con agitar los brazos y declarar que el cambio climático es una emergencia. Necesitamos contar con una estrategia práctica para reestructurar dos sectores económicos centrales para la economía global y que involucran a la población de todo el mundo.
El segundo desafío importante al abordar el cambio climático es la complejidad de la ciencia misma. La comprensión actual del clima de la Tierra y del componente causado por el hombre es resultado de un trabajo científico extremadamente complejo del que forman parte miles de científicos de todo el mundo. Esta comprensión científica es incompleta y sigue habiendo incertidumbres significativas acerca de las magnitudes, los marcos temporales y los peligros precisos del cambio climático.
Naturalmente, a la opinión pública le resulta difícil entender y digerir toda esta complejidad e incertidumbre, especialmente porque los cambios en el clima están ocurriendo en un marco de décadas y siglos, más que meses y años. Más aún, de año en año e incluso de década en década las variaciones naturales en el clima se mezclan con el cambio climático causado por el hombre, lo que hace todavía más difícil determinar específicamente el daño que generamos.
Esto ha dado origen a un tercer problema al abordar el cambio climático, que procede de una combinación de importantes implicancias económicas del problema y la incertidumbre que lo rodea: la brutal y destructiva campaña contra la ciencia por parte de poderosos intereses creados e ideologías, que al parecer apuntan a crear una atmósfera de ignorancia y confusión.
The Wall Street Journal, por ejemplo, el más importante periódico de negocios de Estados Unidos, ha emprendido desde hace décadas una virulenta campaña contra la ciencia del clima. Quienes participan de ella no solo están mal informados en lo científico, sino que no muestran interés alguno por mejorar la manera en que se informan. Han declinado repetidos ofrecimientos de climatólogos para reunirse y debatir seriamente los temas.
Las grandes compañías petroleras y otros grandes intereses corporativos también forman parte de este juego y han financiado campañas de descrédito de la ciencia del clima. Su método general ha sido exagerar sus incertidumbres y dejar la impresión de que los climatólogos son una pieza de una especie de conspiración para asustar a la opinión pública. Se trata de una acusación absurda, y las acusaciones absurdas pueden concitar apoyo público si se presentan en un formato hábil y bien financiado.
Si sumamos estos tres factores -el enorme reto económico de reducir los gases de efecto invernadero, la complejidad de la ciencia del clima y las campañas deliberadas por confundir al público y desacreditar la ciencia-, llegamos a un cuarto problema que abarca a todo el resto: la falta de voluntad o incapacidad de los políticos estadounidenses para formular una política sensata acerca del cambio climático.
Estados Unidos tiene una responsabilidad desproporcionada por la inacción sobre el cambio climático, ya que durante mucho tiempo ha sido el mayor emisor de gases de efecto invernadero... hasta el año pasado, cuando China pasó a ocupar ese lugar. Incluso hoy, las emisiones estadounidenses per cápita son cuatro veces las de China. No obstante, y a pesar del papel central de EE UU en las emisiones globales, el Senado estadounidense no ha hecho nada al respecto desde la ratificación del tratado de las Naciones Unidas sobre el cambio climático hace 16 años.
Cuando Barack Obama fue elegido presidente de Estados Unidos hubo un cierto espacio para la esperanza. Sin embargo, si bien parece claro que Obama quisiera avanzar sobre el asunto, hasta ahora ha seguido una estrategia fallida de negociar con senadores y sectores clave de la industria para intentar generar un acuerdo. Pero los grupos de intereses creados han dominado el proceso y Obama no ha podido dar pasos en la dirección necesaria.
La Administración Obama debería haber intentado -y todavía debería hacerlo- un enfoque alternativo. En lugar de negociar con intereses creados en la trastienda de la Casa Blanca y el Congreso, Obama debería presentar un plan coherente al pueblo estadounidense, proponiendo una sólida estrategia para los próximos 20 años tendente a reducir la dependencia de EE UU de los combustibles fósiles, realizar la conversión a vehículos eléctricos y expandir las fuentes de energía no basadas en el carbono, como la energía eólica y la solar. Tras ello, debería presentar un coste estimado para la implementación de estos tres cambios en fases a lo largo del tiempo y demostrar que los costes serían modestos en comparación con los enormes beneficios.
Extrañamente, a pesar de ser un candidato del cambio, Obama no ha optado por presentar planes reales de acción para un cambio. Su Administración está cada vez más enredada en la paralizante trampa de los grupos de intereses creados. Es difícil decir si se trata de un resultado intencional, de manera que Obama y su partido puedan seguir movilizando grandes contribuciones de campaña, o consecuencia de una mala toma de decisiones. Es posible que refleje un poco de ambos.
Lo que es claro es que, como resultado, estamos acercándonos peligrosamente al desastre. Y la naturaleza nos está diciendo que nuestro actual modelo económico es peligroso y suicida. A menos que encontremos un verdadero liderazgo global en los próximos años, aprenderemos la lección de las maneras más duras posibles.
Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia. Además es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre las metas de desarrollo del milenio.
Todas las señales sugieren que el planeta sigue dirigiéndose en línea recta al desastre climático. La Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica de Estados Unidos ha publicado su Informe del estado del clima, que cubre de enero a mayo. Los primeros cinco meses de este año fueron los más cálidos de los que se tiene registro desde 1880. Este mayo fue el más cálido de la historia. En la actualidad, varias partes del mundo están siendo afectadas por intensas olas de calor. Y, sin embargo, todavía no tomamos medidas eficaces.
Hay varias razones para ello y tenemos que comprenderlas para salir del punto muerto en que nos encontramos. En primer lugar, el reto económico del cambio climático causado por las actividades humanas es verdaderamente complejo. Este cambio surge de dos fuentes principales de emisiones de gases de efecto invernadero [principalmente dióxido de carbono, metano y óxido nitroso]: el uso de combustibles fósiles para generar energía y las actividades agrícolas, lo que incluye la deforestación para crear nuevas tierras de cultivo y pastoreo.
No es tarea pequeña cambiar los sistemas energéticos y agrícolas del mundo. No basta con agitar los brazos y declarar que el cambio climático es una emergencia. Necesitamos contar con una estrategia práctica para reestructurar dos sectores económicos centrales para la economía global y que involucran a la población de todo el mundo.
El segundo desafío importante al abordar el cambio climático es la complejidad de la ciencia misma. La comprensión actual del clima de la Tierra y del componente causado por el hombre es resultado de un trabajo científico extremadamente complejo del que forman parte miles de científicos de todo el mundo. Esta comprensión científica es incompleta y sigue habiendo incertidumbres significativas acerca de las magnitudes, los marcos temporales y los peligros precisos del cambio climático.
Naturalmente, a la opinión pública le resulta difícil entender y digerir toda esta complejidad e incertidumbre, especialmente porque los cambios en el clima están ocurriendo en un marco de décadas y siglos, más que meses y años. Más aún, de año en año e incluso de década en década las variaciones naturales en el clima se mezclan con el cambio climático causado por el hombre, lo que hace todavía más difícil determinar específicamente el daño que generamos.
Esto ha dado origen a un tercer problema al abordar el cambio climático, que procede de una combinación de importantes implicancias económicas del problema y la incertidumbre que lo rodea: la brutal y destructiva campaña contra la ciencia por parte de poderosos intereses creados e ideologías, que al parecer apuntan a crear una atmósfera de ignorancia y confusión.
The Wall Street Journal, por ejemplo, el más importante periódico de negocios de Estados Unidos, ha emprendido desde hace décadas una virulenta campaña contra la ciencia del clima. Quienes participan de ella no solo están mal informados en lo científico, sino que no muestran interés alguno por mejorar la manera en que se informan. Han declinado repetidos ofrecimientos de climatólogos para reunirse y debatir seriamente los temas.
Las grandes compañías petroleras y otros grandes intereses corporativos también forman parte de este juego y han financiado campañas de descrédito de la ciencia del clima. Su método general ha sido exagerar sus incertidumbres y dejar la impresión de que los climatólogos son una pieza de una especie de conspiración para asustar a la opinión pública. Se trata de una acusación absurda, y las acusaciones absurdas pueden concitar apoyo público si se presentan en un formato hábil y bien financiado.
Si sumamos estos tres factores -el enorme reto económico de reducir los gases de efecto invernadero, la complejidad de la ciencia del clima y las campañas deliberadas por confundir al público y desacreditar la ciencia-, llegamos a un cuarto problema que abarca a todo el resto: la falta de voluntad o incapacidad de los políticos estadounidenses para formular una política sensata acerca del cambio climático.
Estados Unidos tiene una responsabilidad desproporcionada por la inacción sobre el cambio climático, ya que durante mucho tiempo ha sido el mayor emisor de gases de efecto invernadero... hasta el año pasado, cuando China pasó a ocupar ese lugar. Incluso hoy, las emisiones estadounidenses per cápita son cuatro veces las de China. No obstante, y a pesar del papel central de EE UU en las emisiones globales, el Senado estadounidense no ha hecho nada al respecto desde la ratificación del tratado de las Naciones Unidas sobre el cambio climático hace 16 años.
Cuando Barack Obama fue elegido presidente de Estados Unidos hubo un cierto espacio para la esperanza. Sin embargo, si bien parece claro que Obama quisiera avanzar sobre el asunto, hasta ahora ha seguido una estrategia fallida de negociar con senadores y sectores clave de la industria para intentar generar un acuerdo. Pero los grupos de intereses creados han dominado el proceso y Obama no ha podido dar pasos en la dirección necesaria.
La Administración Obama debería haber intentado -y todavía debería hacerlo- un enfoque alternativo. En lugar de negociar con intereses creados en la trastienda de la Casa Blanca y el Congreso, Obama debería presentar un plan coherente al pueblo estadounidense, proponiendo una sólida estrategia para los próximos 20 años tendente a reducir la dependencia de EE UU de los combustibles fósiles, realizar la conversión a vehículos eléctricos y expandir las fuentes de energía no basadas en el carbono, como la energía eólica y la solar. Tras ello, debería presentar un coste estimado para la implementación de estos tres cambios en fases a lo largo del tiempo y demostrar que los costes serían modestos en comparación con los enormes beneficios.
Extrañamente, a pesar de ser un candidato del cambio, Obama no ha optado por presentar planes reales de acción para un cambio. Su Administración está cada vez más enredada en la paralizante trampa de los grupos de intereses creados. Es difícil decir si se trata de un resultado intencional, de manera que Obama y su partido puedan seguir movilizando grandes contribuciones de campaña, o consecuencia de una mala toma de decisiones. Es posible que refleje un poco de ambos.
Lo que es claro es que, como resultado, estamos acercándonos peligrosamente al desastre. Y la naturaleza nos está diciendo que nuestro actual modelo económico es peligroso y suicida. A menos que encontremos un verdadero liderazgo global en los próximos años, aprenderemos la lección de las maneras más duras posibles.
Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia. Además es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre las metas de desarrollo del milenio.
© Project Syndicate, 2010. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Fonte: http://www.elpais.com/
Fonte: http://www.elpais.com/
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